martes, 21 de agosto de 2007

"La ribera" de Enrique Wernicke



"Yo voy hacia los hombres como quien visita un nuevo paraje. Me gusta, necesito el paisaje de almas distintas, y si fuera pintor haría cuadros monumentales con sus historias. Al fin y al cabo, todo lo que a uno "le ha sucedido" no es más que el moblaje que llena ese hueco que es la existencia".

Pág 17.

""Susana jamás comprenderá esto", me digo. Sé que pienso cosas muy distantes, pero si alguien hurgara en mi silencio yo sólo acertaría a señalar los juncos y el cielo."

Pág 47.

"Siempre me ha preocupado ese misterio que tienen las relaciones amistosas; un día, como por milagro, todo cuanto uno dice y escucha resulta interesante, conmovedor o divertido. Y otro día, sin motivo aparente, dos personas que se conocen y se quieren no logran armar una frase que provoque interés. La charla languidece, uno comienza a notar los defectos físicos del amigo; arrugas, una nariz grotesca, una boca desdibujada, y por fin llega el momento en que casi se siente odio."

Pág 66.

"No consigo explicarme qué sentido tiene esta farsa.
En el cruce de Corrientes se alinea un destacamento de policía montada. Aquí se muestra Sudamérica. Si no fuera por las trazas de los milicos, por sus armas y sus caballos, cualquier extranjero ignoraría el gobierno de fuerza que impera en la Casa Rosada. Pero a nosotros, argentinos, estos esbirros nos recuerdan todas las lacras de la política nacional: los negociados oligarcas, las prepotencias de patrones, la persecución obrera, el oscurantismo."

Pág 77.

"Leyendo los diarios de la tarde, me enardezco con los telegramas europeos y por primera vez siento deseos físicos de dar también yo mi empujón para derrumbar los nazismos.
Anteayer he visto golpear a una mujer y luego grité indignado contra un oficial que arrastraba a un estudiante ensangrentado. Recuerdo cómo se me contrajeron los nervios cuando la palabra libertad llenó el aire de la calle."

Pág 112.

"Pero como me sucedía últimamente cada vez que me confrontaba con otros individuos, ansiaba enfermizamente una revelación, un cambio total que barriera todas las angustias. Porque para mí, la vida era angustia: angustia en la soledad, angustia en el amor, angustia recordando, angustia ante el futuro. Y para Juan -pensaba- la angustia no existe. Con un enérgico movimiento había transformado esa angustia en lucha. Juan podía estar cansado o pujante, sentirse vencedor o derrotado, alegre o triste. Pero Juan no sabía qué era la angustia..., "ese sordo dolor intransferible que ahoga con su vaguedad todo impulso vital y que borra con sus nieblas cualquier camino lógico."

Pág 115-116.

"Cada vez que he tratado de olvidar la complejidad de la vida, cada vez que he pretendido recurrir a la huida como solución de problemas y me he fabricado algo muy parecido a frases hechas para contestar serios interrogantes, he caído en la más total desorientación.
Lo real es que hay trances de los cuales no se puede salir sin tocar el fondo de uno mismo.
Los que saltan sobre la cuestión, empecinados en no admitir su importancia, suelen quedar derrengados. Conozco unos cuantos hombres que siguen una vida de cobardes por no haber tenido en determinado momento el valor de reconocer una cobardía circunstancial. ¡Y cuántos son infelices durante treinta años por no haber admitido la infelicidad de un instante!
La amistad de Juan me ha removido profundos estratos y de un día para otro me he sumido en un monólogo que tiene mucho parecido con las cavilaciones de los adolescentes: "¿Existe Dios?
¡Quñe rabia, si ésa es la palabra, qué rabia le tomo a la vida mísera que a los cuarenta años me obliga a debatirme en problemas que sólo son admisibles en un niño!"

Pág 119

"Las cárceles estaban atiborradas de presos políticos. En Neuquén y en la isla Martín García se habían organizado verdaderos campos de concentración. Muchos, más de la mitad de los detenidos, antes de caer en la cárcel habían sufrido tratos brutales. Pero pese a la persecución, la resistencia crecía. Lo que no se animaban a decir los grandes diarios, se publicaba en hojas clandestinas. Ya eran muchos los argentinos que comprendían la necesidad de alistarse en la lucha. El país se debatía en un camino sin salida. El gobierno sólo temía una cosa: la organización del pueblo y por eso perseguía tan tenazmente a los sindicatos y a los obreros textiles.
Pero el movimiento necesitaba del apoyo de todos los sectores y quería la comprensión total de la ciudadanía. La derrota del nazismo europeo nos ofrecía un panorama luminoso para el futuro, pero los engendros que masacraron tanto inocente habían elegido este lejano rincón de Sudamérica para ocultarse. Los argentinos no podíamos aceptar este inmundo destino: por lo contrario, era el momento de aprovechar el triunfo de la buena causa para terminar con la reacción nacional. Un gobierno de unidad, que incluyera a todos los partidos políticos democráticos y que escuchara la voz siempre limpia del pueblo, sabría encontrar la solución de nuestros problemas. Se necesitaba una reforma agraria para terminar con la explotación de los campesinos y organizar sanamente nuestra economía. Se necesitaba reimplantar la total libertad de prensa y terminar con las policías bravas. Se necesitaba retornar, en la universidad y el magisterio, a nuestra educación democrática y científica. Se necesitaban muchas cosas urgentes, pero para todo eo era necesario derribar el gobierno."

Pág 130.

"Me da pena, sincera tristeza, subir siempre con la misma cara al mismo piso, y siento vergüenza al descubrir que la mujer vuelve los ojos por no mostrarme que ella también conoce su desgracia.
A veces, vivo la excepción y ruedo. Pero eso es ser feliz y lo soy muy poco."

Pág 148.

"Cuando fui mayor me tocó trompearme con un amigo muy querido; lloré como un chico al terminar la pelea. Porque sentía la grotesca desproporción que existía entre nuestra actitud animal y el delicado sentimiento que había proporcionado el encontronazo."

Pág 163.

"Y otra vez me sucedió-como una tarde en España y una mañana en los Andes- no saber qué era mi vida: si era un soplo, un sueño, una historia que me habían contado..., nada. El cuerpo, desposeído de arraigo, parecía sin peso y la mente que pensaba todo eso estaba ubicada más allá de mí, lejana, muy lejana.
En realidad estaba cansado, muy cansado.
Los minutos transcurrieron, y antes de que acordara llegaron los chicos de regreso. Conversaban animadamente y de algún modo quisieron demostrarme que yo no existía...es decir, "yo no debía existir".
Me sentí defraudado. Y como un viejo abuelo que aguarda en una plaza, sonreí, sonreí, sonreí, hasta sentir el tirón de mis labios."

Pág 198.

"Julio quiere que termine "mi novela". ¡Amigo viejo! Mi novela es un diario y nada más. Burdo, egoísta. Y yo quería hacer el libro de Susana."

Pág 209.

"La irresponsabilidad (que a veces llega al crimen) es general, no particular. Si hasta yo mismo, que llevo una vida de trabajo, soy una especie de solitario sin esperanza.
Eduardo era muy argentino. Las exageraciones de su carácter dibujan perfectamente un tipo nuestro. (...) Eduardo habla en este libro. Luego hablarán los lectores. Y entonces ¡en buena hora tome usted la palabra y fulmine con su salud y su fe en la vida a todos los Eduardos que pululan por Buenos Aires!"

Pág 232.

En "La ribera",Compañía general fabril editora,1961,Buenos Aires.

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