lunes, 27 de agosto de 2007

"Una excursión a los indios ranqueles vol I" de Lucio V Mansilla



"Digan lo que quieran, si la felicidad existe, si la podemos concretar y definir, ella está en los extremos. Yo comprendo las satisfacciones del rico y las del pobre; las satisfacciones del amor y del odio; las satisfacciones de la oscuridad y las de la gloria. Pero ¿quién comprende las satisfacciones de los términos medios; las satisfacciones de la indiferencia; las satisfacciones de ser cualquier cosa?
Yo comprendo que haya quien diga: -Me gustaría ser Leonardo Pereira, potentado del dinero.
Pero que haya quien diga: -Me gustaría ser el almacenero de enfrente, don Juan o don Pedro, un nombre de pila cualquiera, sin apellido notorio -eso no.
Y comprendo que haya quien diga: -Yo quisiera ser limpiabotas o vendedor de billetes de lotería.
Yo comprendo el amor de Julieta y Romeo, como comprendo el odio de Silva por Hernani, y comprendo también la grandeza del perdón.
Pero no comprendo esos sentimientos que no responden a nada enérgico, ni fuerte, a nada terrible o tierno.
Yo comprendo que haya en esta tierra quien diga: -Yo quisiera ser Mitre, el hijo mimado de la fortuna y de la gloria, o sacristán de San Juan.
Pero que haya quien diga: -Yo quisiera ser el coronel Mansilla -eso no lo entiendo, porque al fin, ese mozo ¿quién es?"

Pág 7.

"Es indudable que la civilización tiene sus ventajas sobre la barbarie; pero no tantas como aseguran los que se dicen civilizados. La civilización consiste, si yo me hago una idea exacta de ella, en varias cosas.

En usar cuellos de papel, que son los más económicos, botas de charol y guantes de cabritilla. En que haya muchos médicos y muchos enfermos, muchos abogados y muchos pleitos, muchos soldados y muchas guerras, muchos ricos y muchos pobres. En que se impriman muchos periódicos y circulen muchas mentiras. En que se edifiquen muchas casas, con muchas piezas y muy pocas comodidades. En que funcione un gobierno compuesto de muchas personas como presidente, ministros, congresales, y en que se gobierne lo menos posible. En que haya muchísimos hoteles y todos muy malos y todos muy caros."

Pág 58.

"La impaciencia patriótica puede hacernos incurrir en grandes errores; el estudio paciente hará que no caigamos en la equivocación.
No puedo hablar como un sabio: hablo como un hombre observador.
Tengo la carta de la República en la imaginación y me falta el teodolito y el compás.(...)
Incito a meditar sobre este gran problema del comercio y de la civilización."

"Y como siempre que bajo ciertas impresiones levantamos nuestro espíritu, la visión de la Patria se presenta, y pensé un instante en el porvenir de la República Argentina el día en que la civilización, que vendrá con la libertad, con la paz, con la riqueza, invada aquellas comarcas desiertas, destituidas de belleza, sin interés artístico, pero adecuadas a la cría de ganados y a la agricultura. Allí hay pastos abundantes, leña para toda la vida, y agua la que se quiera sin gran trabajo, como que inagotables corrientes artesianas surcan las Pampas convidando a la labor."

Pág 73.

"Yo coloqué mi cabeza en una pequeña eminencia, poniendo encima un poncho doblado a guisa de almohada, y me dormí profundamente.

Tuve un sueño y una visión envuelta en estas estrofas de Manzoni, a manera de guirnalda o de aureola luminosa:

Tutto e provó; la gloria
Maggior dopo il periglio,
La fuga, e la vittoria,
La reggia, e il triste esiglio.
Due volte nella polvere,
Due volte sugli altar.
Me creía un conquistador, un Napoleón chiquito.

De improviso sentí, como si la cabeza se me escapara; hice fuerzas con la cabeza, endureciendo el pescuezo; la tierra se movía; yo no estaba del todo despierto, ni del todo dormido. La cabecera seguía escapándoseme, creí que soñaba, fui a darme vuelta y un objeto con cuatro patas, negro y peludo, corrió... Había hecho cabecera de una mulita.
Los héroes como yo tienen sus visiones así, sobre reptiles, y las páginas de nuestra historia no pueden terminar sino poniendo al fin de cada capítulo el terrible lasciate ogni speranza.
Dejemos dormir a mi gente un rato, mientras yo compongo mi cabecera."

Pág 83-84.

"Cuando creemos llegar a la cumbre de la montaña con la piedra nos derrumbamos a medio camino. Nos creemos al borde de la playa apetecida y nos envuelve la vorágine irritada.
Esperamos ansiosos la tierna y amorosa confidencia y nos llega en perfumado y pérfido billete un ¡olvidadme! Ofrecemos una puñalada y somos capaces de humillarnos a la primera mirada compasiva.
¡Cuán cierto es que el hombre no alcanza a ver más allá de su nariz!"

Pág 85.

"No había sido fácil empresa llegar hasta la morada de Mariano Rosas. ¡Hasta los bárbaros saben rodearse de aparato teatral para deslumbrar o embaucar a la multitud!"

Pág 129.

"Volvamos a la junta, a ver si se parece o no a lo que he dicho. Reúnese ésta, nómbrase un orador, una especie de miembro informante, que expone y defiende contra uno, contra dos, o contra más, ciertas y determinadas proposiciones. El que quiere le ayuda.

El miembro informante suele ser el cacique. El discurso se lleva estudiado, el tono y las formas son semejantes al tono y las formas de la conversación en parlamento, con la diferencia de que en la junta se admiten las interrupciones, los silbidos, los gritos, las burlas de todo género. Hay juntas muy ruidosas, pero todas, excepto algunas memorables que acabaron a capazos, tienen el mismo desenlace. Después de mucho hablar, triunfa la mayoría aunque no tenga razón. Y aquí es el caso de hacer notar que el resultado de una junta se sabe siempre de antemano, porque el cacique principal tiene buen cuidado de catequizar con tiempo a los indios y capitanejos más influyentes en la tribu.

Todo lo cual prueba que la máquina constitucional llamada por la libertad Poder Legislativo, no es una invención moderna extraordinaria; que en algo nos parecemos a los indios, o, como diría fray Gerundio: que en todas partes se cuecen habas."

Pág 136.

"Mientras yo pasaba revista de aquellos bárbaros, me acordaba del dicho de Alcibíades: A donde fueres, haz lo que vieres, y rumiaba: ¡Te había de haber traído a visitar los ranqueles!"

Pág 160. (ver pág 161 cuando grita con los indios...)

"Como todo pueblo que se organiza, él presenta cuadros los más opuestos.
Grandes y populosas ciudades como Buenos Aires, con todos los placeres y halagos de la civilización, teatros, jardines, paseos, palacios, templos, escuelas, museos, vías férreas, una agitación vertiginosa -en medio de unas calles estrechas, fangosas, sucias, fétidas, que no permiten ver el horizonte, ni el cielo limpio y puro, sembrado de estrellas relucientes, en las que yo me ahogo, echando de menos mi caballo.
Fuera de aquí, campos desiertos, grandes heredades, donde vegeta el proletario en la ignorancia y en la estupidez.
La iglesia, la escuela, ¿dónde están?
Aquí, el ruido del tráfago y la opulencia que aturde.
Allá, el silencio de la pobreza y la barbarie que estremece.
Aquí, todo aglomerado como un grupo de moluscos, asqueroso, por el egoísmo.
Allí, todo disperso, sin cohesión, como los peregrinos de la tierra de promisión, por el egoísmo también.
Tesis y antítesis de la vida de una república.
Eso dicen que es gobernar y administrar.
¡Y para lucirse mejor, todos los días clamando por gente, pidiendo inmigración!
Me hace el efecto de esos matrimonios imprevisores, sin recursos, miserables, cuyo único consuelo es el de la palabra del Verbo: creced y multiplicaos."

Pág 197.

"Saboreaba el suave beleño; soñaba que yo era el conquistador del desierto; que los aguerridos ranqueles, magnetizados por los ecos de la civilización, habían depuesto sus armas; que se habían reconcentrado formando aldeas; que la iglesia y la escuela habían arraigado sus cimientos en aquellas comarcas desheredadas; que la voz del Evangelio ahogaba las preocupaciones de la idolatría; que el arado, arrancándole sus frutos óptimos a la tierra, regada con fecundo sudor, producía abundantes cosechas; que el estrépito de los malones invasores había cesado, pensando sólo, aquellos bárbaros infelices, en multiplicarse y crecer, en aprovechar las estaciones propicias, en acumular y guardar, para tener una vejez tranquila y legarles a sus hijos un patrimonio pingüe; que yo era el patriarca respetado y venerado, el benefactor de todos, y que el espíritu maligno, viéndome contento de mi obra útil y buena, humanitaria y cristiana, me concitaba a una mala acción, a dar mi golpe de estado. (...)
Apártate de ese camino, ¡insensato!, ¡imprevisor, loco! ¡Escucha la palabra de la experiencia, hazte proclamar y coronar emperador! Imita a Aurelio I. Tienes un nombre romano. Lucius Victorius imperator sonará bien al oído de la multitud.

Yo escuchaba con cierto placer mezclado de desconfianza las amonestaciones tentadoras; ideaba ya si el trono en que me había de sentar, la diadema que había de ceñir y el cetro que había de empuñar, cuando subiera al capitolio, serían de oro macizo o de cuero de potro y madera de caldén, cuando una voz que reconocí entre sueños llamó a mi puerta diciendo (...)"

Pág 205.

"Que la civilización haga sus comentarios y se conteste a sí misma, si bárbaros que tienen el sentimiento de la bondad para con los animales son susceptibles o no de una generosa redención."

Pág 225.

"Llamé a los franciscanos para que los recién llegados les conocieran.
Vinieron. Con su aire dulce y manso saludaron a todos, siendo objeto de demostraciones de respeto. El sacerdote es para los indios algo de venerando.
Hay en ellos un germen fecundo que explotar en bien de la religión, de la civilización y de la humanidad.
Mientras tanto ¿qué se ha hecho?
¿Cómo se llaman, pregunto yo, los mártires generosos que han dado el noble ejemplo de ir a predicar el Evangelio entre los infieles de esta parte del continente americano?
¿Cuántas cruces ha regado la barbarie con sangre de misioneros propagadores de la fe?
¡Ah!, esta civilización nuestra puede jactarse de todo, hasta de ser cruel y exterminadora consigo misma. Hay, sin embargo, un título modesto que no puede reivindicar todavía: es haber cumplido con los indígenas los deberes del más fuerte. Ni siquiera clementes hemos sido. Es el peor de los males."

Pág 228-229.

"Como ves, Santiago amigo, el espectáculo que presenta el toldo de un indio, es más consolador que el que presenta el rancho de un gaucho. Y no obstante, el gaucho es un hombre civilizado. ¿O son bárbaros? ¿Cuáles son los verdaderos caracteres de la barbarie?

En el toldo de un indio hay divisiones para evitar la promiscuidad de los sexos: camas cómodas, asientos, ollas, platos, cubiertos, una porción de utensilios que revelan costumbres, necesidades.

En el rancho de un gaucho falta todo. El marido, la mujer, los hijos, los hermanos, los parientes, los allegados, viven todos juntos y duermen revueltos. ¡Qué escena aquélla para la moral! En el rancho del gaucho, no hay generalmente puerta.

Se sientan en el suelo, en duros pedazos de palo, o en cabezas de vaca disecadas. No usan tenedores, ni cucharas, ni platos. Rara vez hacen puchero, porque no tienen olla. Cuando lo hacen, beben el caldo en ella, pasándosela unos a otros. No tienen jarro, un cuerno de buey lo suple. A veces ni esto hay. Una caldera no falta jamás, porque hay que calentar agua para tomar mate. Nunca tiene tapa. Es un trabajo taparla y destaparla. La pereza se la arranca y la bota. El asado se asa en un asador de hierro, o de palo, y se come con el mismo cuchillo con que se mata al prójimo, quemándose los dedos. ¡Qué triste y desconsolador es todo esto! Me parte el alma tener que decirlo. Pero para sacar de su ignorancia a nuestra orgullosa civilización, hay que obligarla a entablar comparaciones.

Así se replegará cuanto antes sobre sí misma, y comprenderá que la solución de los problemas sociales de esta tierra es apremiante. La suerte de las instituciones libres, el porvenir de la democracia y de la libertad serán siempre inseguros mientras la masas populares permanezcan en la ignorancia y atraso.

El cabrío emisario de las leyes tienen que ser las costumbres. Dadme una asociación de hombres cualquiera con hábitos de trabajo, con necesidades, con decencia, y os prometo en poco tiempo un pueblo con leyes bien calculadas. El bien es una utopía cuando la semilla que debe producirlo no está sazonada. La aspiración de la libertad racional es una quimera, cuando los instrumentos que deben practicarla son corrompidos."

Pág 230-231.

En Una excursión a los indios ranqueles vol I de Lucio V Mansilla, CEAL, 1980.

1 comentario:

antiprímula dijo...

Mirá vos. Tengo este libro en mi biblioteca (lo heredé) y nunca lo leí, no sé bien por qué. Leyendo el post me dieron ganas de hacerlo. Gracias. Está bueno el blog.