domingo, 18 de enero de 2009

"La muerte en los ojos" de Jean-Pierre Vernant.



“(…) no se puede concebir ni definir el Mismo sino en relación con el Otro, con la multiplicidad de otros. Si el Mismo permanece encerrado en sí mismo, no puede haber pensamiento. Ni civilización, agregamos nosotros. Al hacer de la diosa de lo marginal una divinidad integradora y asimiladora –al instalar a Dioniso, que en el panteón griego encarna la figura del Otro, en el centro del dispositivo social y la escena teatral-, los griegos nos legaron una gran enseñanza. No es una invitación a hacerse politeista ni a creer en Dioniso y Artemisa, sino a incorporar en la idea de la civilización una actitud del espíritu cuyo valor, además de moral y político, es también intelectual. Esa actitud se llama tolerancia.”

Pág 38.

“(…) Artemisa vela por que efectúen correctamente el aprendizaje del modelo al cual deberán adaptarse cuando llegue el momento. Desde las márgenes donde reina, los prepara para volver al centro. Su función de nodriza en el espacio salvaje busca integrarlos en el corazón del espacio cívico.”

Pág 40.

“A diferencia de las figuras divinas y los rostros humanos, la máscara de Gorgo, como cabeza aislada, incluye en la composición de sus rasgos varios aspectos de carácter insólito y extraordinario. Las pautas normales, las clasificaciones usuales, aparecen embrolladas y trastrocadas. Lo masculino y lo femenino, lo joven y lo viejo, lo bello y lo feo, lo humano y lo bestial, lo celestial y lo infernal, lo alto y lo bajo (Gorgo da a luz a sus retoños a través del cuello a la manera de las comadrejas que, al parir por la boca, invierten las funciones bucal y vaginal), lo interior y lo exterior (la lengua no permanece oculta dentro de la boca sino que se proyecta como un sexo viril, desplazado, erecto, amenazante), en fin, todas las categorías se trastruecan, funden y confunden en ese rostro.”

Pág 103.

“Cara a cara con la frontalidad, el hombre se coloca en posición de simetría con respecto al dios; se ubica en su mismo eje; esta reciprocidad implica a la vez dualidad- el hombre y el dios que se enfrentan- e inseparabilidad, incluso identificación: la fascinación significa que el hombre no puede desviar su mirada, apartar su rostro de la mirada de la Potencia; su ojo se pierde en el de la Potencia que lo mira, como él la está mirando, hasta que él mismo es proyectado a ese mundo presidido por ella.”

Pág 104.

En La muerte en los ojos, Vernant, Jean-Pierre, Editorial Gedisa, 1986.

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