"Necesita consuelo y está solo; necesita fe y es incrédulo; necesita aire puro y respira gases de incineración; necesita libertad y está uncido a la máquina de escribir; necesita tirarse sobre el césped y vive sobre alfombras y entre papeles."
Pág 183.
"(...)Shakespeare, Heródoto, Lavoissier, Virgilio, ahí están, mirándonos con sus letras y advirtiéndonos, como hace casi treinta años, que la inteligencia es un don ante el que hay que prosternarse y no una pieza que cazar con boleadoras. Cada lector está en comunicación con un ser presente, vivo."
Pág 217.
"Nuestros cementerios son tan tristes como nuestra ciudad; verdad que se siente al penetrar en el olvido. Inútilmente los ángeles de yeso, las losas epigramáticas, los bustos fotográficos y las piedras alegóricas invocan la piedad. Esos muertos están infinitamente lejos de nosotros. Como en este verso de Borges:
El muerto ya no es un muerto: es la muerte."
Pág 231.
"En nuestros grandes cementerios, nuestros grandes hombres son los que han muerto más de verdad. Por contraste con las pobres tumbas recientes, que no son los de la inmortalidad tampoco. ¿Y qué cementerio hay donde reinen solo el amor y el recuerdo?¿Habrá un trozo de tierra ungida por la muerte, al cual el corazón se aproxime sin ningún sentimiento de gratitud, de respeto ni de obligación, ni por motivos humanos que lo atraigan?"
Pág 233.
"Hacia 1790 se inició en la plaza de Monserrat un circo para corridas de toros que diez años después fue demolido. Quejábanse los vecinos de haber afeado al barrio y de servir de refugio a los malhechores de todo género. Gran afición hubo entonces por esos espectáculos, que, como las carreras de caballos hoy, significaban un punto de estilización de algo corriente y ordinario que los ciudadanos llevaban en la sangre, por decirlo así."
Pág 243.
"Cuando esas conglomeraciones adventicias reviste su papel auténtico, despojadas del hábito circunstancial con que asisten al estadio, es al derramarse por la ciudad, regularmente en camiones, agitando sus lábaros y entonando estribillos de júbilo que no alcanzan a ser canciones. Son gritos, actitudes que se vociferan y se arrojan a la cara de los transeúntes, bocanadas de ancestrales hálitos de caverna. Se siente un estremecimiento en las carnes no menos antiguo que esas voces. Esas partículas de población pueden polarizar por cualquier motivo de análoga naturaleza. Son las que también engruesan las manifestaciones políticas, en muchedumbres que emplean los mismos estribillos, con las mismas tonadas y el mismo agresivo ademán. Antes eran también las máscaras que, desgraciadamente, van desapareciendo o cambiando de disfraces.
Los políticos hacen presa, como las fieras al acecho, de esas muchedumbres. Se entregan aparentemente a ellas; concurren a sus estadios para exhibirse y, si están en el poder, descienden a veces a la pista para iniciar el juego. La muchedumbre los aclama o los silba y es lo mismo. El político sabe que el aplauso y silbido significan una demostración pasional, un santo y seña de entusiasmo irracional, que tarde o temprano ha de servirles."
Pág 253.
"Hay una grandeza ideal en quitarse la vida por exceso de conciencia, o por cualquier algo de lo que no se puede sacar ninguna utilidad. Acaso, si se trata de un récord, éste sea el más interesante en la concepción trascendental de la ciudad. (...)Los que mueren por propia voluntad no despiertan compasión ni admiración, y se los deja caer sin pensar mucho en la parte de culpa que nos alcanza a los que asperjamos sobre ellos el olvido. Callamos y seguimos. El silencio es la impunidad de las ciudades."
Pág 265.
"El anciano de la ciudad ha pasado de moda, más bien que envejecido; no tiene actualidad de vida, no es usable con eficacia, no valía por lo que era, sino por lo que produjo."
Pág 275.
En La cabeza de Goliat tomo II, Martínez Estrada, Ezequiel, Editorial CEAL, Colección Capítulo, 1981.
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