"Félix Samoilovich: Soriano trabaja con la figura del padre en esas crónicas, apócrifas en parte y verdaderas en otra, en un país en el que el padre simbólico se parece al padre de la horda primitiva freudiana (o sea, es el que se acuesta con todas las mujeres, el que dispone de todas las mujeres; es el padre anterior al lenguaje, anterior al pacto entre los hombres para vivir de algún modo porque alguna ley exista). Me parece que en la Argentina, como en el mundo, en diferente medida quizás, ya no importa una u otra ley u otra moral sino la desaparición de la moral o de la ley como categoría de la existencia, cualquiera sea. Cuando yo le dije todo esto, me miró y me dijo: "¡Qué bien! Bárbaro flaco, ¡qué teoría!". Él lo sabía sin saberlo. Lo teórico político más inconsciente, en el sentido freudiano que existe, en el sentido del inconsciente como un saber que no se sabe pero que está ahí. Entonces la reivindicación de la figura de un padre que cree que la ley puede existir, que los hombres se pueden poner de acuerdo a pesar de sus diferencias en un país donde el arbitrario y el pasar por encima de la ley es norma, es un acto político. Y me parece que eso tiene más compromiso político que muchas declaraciones. Es el padre que siempre lucha y encuentra que la ley no se aplica, la ley de los poderosos, es la ley de los que están por el lado del gozo, del gozo una vez más en el sentido freudiano, de un placer sin freno, de un placer muy loco que tiene que ver con la droga, que tiene que ver con todos los excesos, que tiene que ver más con el dolor y con la muerte que con el verdadero placer. Ahora, su padre real era un hombre que, por empezar, no creyó ser el padre ideal, el padre que no tiene fallas. De todas maneras, en algún momento de la vida todo el mundo descubre la impostura del padre, el padre no es lo que uno creyó cuando era chico: es un hombre como los otros. Me parece que cuanto más tarde se descubre esa impostura, necesaria pero impostura al fin, más daño puede haber para alguien. Él lo pudo aprender muy rápido porque su padre nunca sostuvo la impostura de padre perfecto. Era un tipo que siempre apareció como lo que era: un funcionario que quería ser honesto y que fracasaba siempre, que quería inventar y que todo le salía mal. Nunca fue un hombre que triunfó en los negocios, intentó, no sé cuántas veces, inventar aparatos que nunca se vendieron. Incluso intentó escribir. Cuando el Gordo publicó su primera novela, escribió un cuento fantástico porque dijo: "A lo mejor ser escritor me sirve a mí". Era un cuento malísimo, por supuesto. Pero no importa, era un hombre que seguía buscando hacer algo en la vida. Entonces, me parece que ese padre le permitió, al mismo tiempo, estar relativamente poco protegido y, por otro lado, saber que, de algún modo, al padre se lo tiene que construir uno. Me parece que ese padre está construido en toda su literatura que, en buena medida, es la búsqueda del padre. El Gordo nunca pudo describir bien los personajes femeninos (sus personajes femeninos sonaban a plástico muchas veces) y todo su cuestionamiento es qué es un padre, qué es ser un padre, cuál es el lugar del padre, cómo tiene que ser un padre hoy, o qué tiene que hacer un padre en cualquier época de la historia. No es casual que se haya interesado por los padres de la Patria; era un experto en historia argentina, uno de los pocos tipos que leyó los documentos originales, fue a buscar los archivos de la Biblioteca del Congreso, fue a comprar los libros que nadie compra y leía quién era Moreno, qué decía, qué pasaba con Monteagudo, sabía más que los historiadores, que leen libros de otros historiadores acerca de eso, él leía los originales. Me parece que hay algo que tiene que ver con la paternidad que atraviesa toda la obra, incluso la periodística."
Pág 133-134-135.
En Osvaldo Soriano un retrato, Montes-Bradley, Eduardo, Editorial Norma, 2000.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario